Pablo Frades
Segundo premio de 3º y 4º de ESO, Concurso Literario Ventanal de la Sierra 2012
...Me había criado oyendo esa frase, pero a medida que pasa el tiempo en este infierno que los más optimistas todavía llaman ingenuamente “mundo”, pienso cada vez más que sólo es una chorrada. Incrédulos. El mundo tal y como lo conocíamos se fue a la mierda el día que aparecieron. Aunque muchos se salvaron de la infección inicial, la mayoría están muertos por sus “secuelas”, y pasaron a ser como ellos. En este nuevo infierno tu vida depende de un bate de béisbol, tus piernas y tu capacidad para anteponer tu vida ante todo. Yo he sobrevivido gracias a tres reglas básicas: uno, “si los ves, corre”; dos, “si no puedes correr, escóndete”, y tres, “tú antes que los demás”. En este nuevo orden no hay sitio para los actos caballerescos, ni para el afecto. Las relaciones son de interés por supervivencia, y cuando acaba ese interés, adiós muy buenas. Cuando te adaptas a estas reglas tanto como yo, acabas dejando un reguero de sangre a tus espaldas, y no sólo de esas cosas...
Ahora tengo que demostrar que esas reglas me sirven para algo. A veces las cosas salen como pensaste, y con esto me refiero a que, por ejemplo, debí prever que el esquizofrénico del grupo donde me he metido para pasar por la ciudad, empezaría a disparar a todo lo que se moviera. La gente se ha vuelto loca, ¿a quién se le ocurrió darle un arma a ese idiota?, en fin, aplico las reglas 1 y 3: corro pasando de todos, si no me quieren seguir, es su problema. Pero para problemas lo que acabo de encontrar al doblar la esquina: parece que la escopeta ha hecho más ruido de lo que me esperaba. Aplico la regla 2: toca atrincherarse. ¡Vaya!, el día empieza a sonreírme: el idiota de los disparos se ha quedado sin munición y aquí al lado hay un cuartel de la policía, lo que significa que habrá una armería. Antes de atrancar la puerta, dejo pasar a unos pocos del grupo que me seguían de cerca, pero la mayoría están demasiado lejos, no tengo tiempo para esperarles, es arriesgar demasiado. Atranco la puerta. Algo empieza a golpearla, el ruido es sustituido pronto por gritos, y luego se hace el silencio. Prefiero ignorarlo, no es recomendable tener cargos de conciencia, no ahora (regla 3: sobrevivir es lo primero). Me pongo a buscar la armería bate en mano, a pesar de las fulminantes miradas de las personas que han pasado. Desagradecidos, les salvo el culo y así me den las gracias. Vale, tuve que dejar a algunos fuera, pero era o ellos o todos. Supongo que algún día lo comprenderán.
Reviso cada sombra, cada ruido; antes de girar cualquier esquina, ya estoy alerta, no quiero acabar convirtiéndome en un ser repugnante sin conciencia ni consciencia.
Tras media hora de caminata incesante, encuentro la armería. Tal y como me temía: vacía. Apenas encuentro una pistola M1996 con medio cargador y un par de cartuchos de escopeta. Busco comida y si alguno de esos bichos anda por aquí; al final, ni lo uno ni lo otro. Maldición, ahora que empezaban a ir bien las cosas...
Me reúno con el grupo. Han hecho una hoguera y rezan todos juntos. Perfecto, el mundo se ha ido al garete y piensan que su dios va a hacer algo. Si se ha cargado todo, ¿por qué piensan que les van a ayudar?
Me siento en silencio, me como una chocolatina que llevaba en la bolsa y me pongo a revisar mi equipo. Agua para tres días, comida para dos, una escopeta con diez cartuchos, un bate de béisbol metálico abollado por varios sitios y la pistola que me encontré en la armería. De no ser por ese idiota hiperactivo, ahora tendría a mi disposición comida y bebida para varios meses y un armamento decente. (Chasqueo la lengua) Y por si no fuera poco, estoy encerrado con una panda de lunáticos. Si salgo de ésta, me plantearé modificar las reglas a "nunca te atrincheres salvo casos extremos" y "nunca te juntes con un grupo que tenga un miembro hiperactivo o, más bien, que tenga miembros en general".
Interrumpo mis pensamientos: puede que no revisara del todo bien la comisaría. Como salidos de la nada, aparecen como diez seres descompuestos con uniforme de policía. Los que rezaban empiezan a gritar el nombre de su dios, de una manera bastante profana debo añadir. Mierda, ahora los zombies de fuera intentan tirar la puerta atraídos por los gritos de esta panda de idiotas. Yo mantengo la boca cerrada, así que, por suerte (o mala suerte, como se quiera ver), las bestias pasan de mí y se centran en el grupito. Prefiero ahorrarme los detalles del dantesco espectáculo, que, desgraciadamente, ahora me tocaba a mí. Monstruos dentro de la comisaría, y monstruos entrando a ella. Entre los de fuera veo al retrasado que lo empezó todo. Las reglas no sirven ahora. Ahora lo tengo claro: no siempre hay una salida.