Creación
Esquina doblada
Vox Populi
Título clave: Vox Populi (Colmenar Viejo. Internet) · ISSN: 2255-0585
IES Rosa Chacel
Número XXIII
Junio de 2013
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26

Matices

Gloria del Valle

Tercer premio Bachillerato, Concurso Literario Ventanal de la Sierra 2013

Nunca hubiera imaginado que me podía ocurrir algo semejante, perfecto, fabuloso. A mí, una persona cerrada e introvertida, que mantenía día tras día una coraza para protegerse de todas las adversidades y de los absurdos de la sociedad. Un arrebato de filantropía me arrasaba de golpe al clavar la vista en esos ojos marcados por el tiempo, reducidos y momentáneamente indefensos. En aquel momento la vida hasta me parecía sencilla, transparente y verdadera. Quizás, este territorio de apariencias y tiranías, marcado por el vacío de la existencia, es un escenario de nuestra propia obra que nunca se va a estrenar. Irónicamente nos pone a prueba, aunque no nos percatemos de ello. La monotonía que reinaba en mi vida se convirtió en cenizas y un sentimiento parecido a la chispa que parece resultar del arranque de un motor me condujo irrevocablemente al deseo impulsivo de ayudarle. Me dirigía como todos los días de diario hacia la universidad. Aquel día, como tantos otros, el metro había pasado a ser un simple retrato de la humanidad que pululaba de un lado a otro en busca de unos fines y arremetiéndose los unos a los otros contra las puertas del 'suban-empujen-estrujen-bajen' como así se le había ocurrido llamarlo a ciertos alocados con sentido del humor. Una madre prometía a su hija apuntarla a clases de baile tras acabar los deberes, mientras que una señora algo mayor estaba probablemente rebosada de trabajo se introducía en un profundo sueño, un hombre trajeado y con maletín revisaba ansiosamente sus últimos avances en su nueva tableta y aquél que se apoyaba en las barras del interior del tren y llevaba una mochila repleta de contenido multimedia buscaba desesperadamente interesados en su oferta.

El viaje había finalizado y sólo faltaban quince minutos para el comienzo de las clases. Salí y me apresuré con ritmo acelerado mientras repasaba la clase del día anterior, cuando me percaté de algo diferente que no encajaba en mi rutina. Un hombre de avanzada edad se encontraba paralizado en medio de las escaleras que conducían al exterior con una expresión incómoda y el ceño fruncido, al mismo tiempo que el gentío le rodeaba y no reparaba en observarle. ¿Cómo era posible que ningún alma humana hubiera advertido de este comportamiento y ni se hubiera molestado en acercarse? Aquel hombre tenía algo especial y lo supe en cuanto le vi. Fue entonces cuando se desató mi afán por socorrerle. Decía estar buscando a su hijo, se había perdido en el intento y se encontraba totalmente desorientado como aquel que lleva una vida errática. Su vestimenta desvelaba parte de lo que se podía intuir, llevaba dos camisas superpuestas y una cartera de piel en la mano que aseguraba no encontrar. En aquel instante sólo me importó su problema y no le di importancia a las clases. Pronto me gané su confianza puesto que sabía que le iba a ayudar, me dejó echar un vistazo a su documento de identidad y le acompañé a su casa, volviendo a entrar en el metro. De camino a su casa me contó que hace tiempo que no veía a su hijo y deseaba volver a llevarle a Bermeo, un pueblo costero vizcaíno donde había pasado su infancia junto a su padre. Además me confesó que aquel lugar tenía encanto y que fantaseaba con volver a sentir la arena de la playa y la brisa del mar, mientras sonreía complacidamente. Pero había algo en él que me hacía pensar que a pesar de su cruel enfermedad no era alguien cualquiera porque se expresaba rigurosamente y su vocabulario era bastante culto. Para mi grata sorpresa, vivía de forma acomodada en el barrio de Salamanca y tenía a una cuidadora que aseguraba haberle estado buscando toda la mañana.

A partir de aquel momento sentí un fuego interior que me animaba a alegrarle los días y quise ir a visitarle al día siguiente aprovechando que no tenía algunas clases. Ese día se encontraba su esperado hijo en casa, Andrés, quien al percatarse de mi gran interés me contó la historia de su padre y comprobé que mis sospechas no andaban demasiado lejos. Gonzalo Hernando fue un catedrático de Filosofía que tuvo la oportunidad de estar en las mejores universidades europeas y su incurable enfermedad había arrebatado la mayor parte de sus recuerdos, sus vivencias y se degeneraba paulatinamente aunque cada vez a un ritmo mayor, mientras que yo me iba integrando cada vez más en su vida. Al terminar el primer año de carrera se desataron los peores acontecimientos hasta tal punto que no se reconocía a sí mismo en el espejo y lo único que podíamos hacer era estar a su lado. Había perdido sus facultades y ganado gran rigidez muscular. Sin embargo, no me sentía totalmente realizada, por ello decidí emprender un viaje hasta Bermeo y tomar fotos de aquel lugar que sin la menor duda era tan espléndido como lo había descrito. Lo más probable era que tampoco recordara el pueblo pero merecía la pena intentarlo, al menos, recordarle el tacto de la arena de la playa. Sin más dilación, me apresuré y reuní una gran cantidad de ésta. Nunca pensé que tendría que echar mano de la maleta de viaje que llevaba conmigo para llenarla de esa arena y así resurgir la sonrisa de mi amigo Gonzalo. Tampoco pensé en lo descabellada que resultaba la ocurrencia ni me importaba dejar mi ropa tirada en la playa pero en aquel momento sólo deseaba volver a hacer feliz a esa persona, ya que así encontraba la satisfacción personal conmigo misma. Realmente descubrí que aquello me llenaba de verdad y que, aunque no nos demos cuenta, la vida avanza entre los pequeños matices.